martes, 24 de enero de 2012

El umbral de mi casa

Se escucha el tañido de un reloj. Mientras sigo tumbada en mi cama, mullida, fría, vacía, sigo mirando esa pared, rugosa, calcárea, imperfecta, blanca.
El suave compase de los segundos me envuelve, me traslada, me lleva a una dimensión en la que mi cuerpo vuela.
Siento como mi mente atraviesa esas paredes. Puedo ver más allá.
Escucho pasos por el pasillo, ecos de mi memoria, mientras, sin querer, me doy cuenta que agarro fuertemente mis sábanas entre mis puños magullados por la desidia.
Tengo miedo de moverme, irracional diatriba en la que quiero correr y mi cuerpo me impide moverme.
Escucho voces, gritos, llantos y perdones, escucho lamentos y promesas. Negativas, reproches, riñas y adióses. - No te vayas.
A medida que vas cruzando el umbral de mi puerta, veo como lo único valioso se me escapa, como si intentara retener agua en las cuencas de mis manos. Mi mente trabaja a un ritmo vertiginoso y sopeso situaciones, hechos, futuros y pasados, y entonces, cuando concluyo con un sentimiento, con una sensación, me doy cuenta de que todo lo racional importa una mierda, y que mi cuerpo y mi corazón, que ahora es el que manda, me piden a gritos socorro, y me ordenan
que corra tras de tí porque sentirte lejos
me mata por dentro.
Puede que las grandes azañas sólo sean propias de las épocas clásicas, de héroes como Hércules, Héctor o Aquiles, deidades lejos de mis alcances, pero creo que la magia del amor es mucho más fuerte que cualquier divinidad impuesta. Mi alma dolorida necesita savia nueva que la cure, y esa sólo puedo dársela yo, a base de mi propia fe en mi. Creo que puedo, es más, sé que puedo.

Mientras sigo mirando esa pared imperfecta, rugosa, cuya luz ha variado desde la última vez que mi mente supo lo que estaba mirando, en el instante justamente anterior a que mi mente divagara; luz del atardecer, del morir de un día de esta existencia, pienso que, mi amor es mucho más grande que mi ego, y que si tengo que morir de amor moriré, porque no creo que exista muerte más dulce que aquella, y si he de luchar lucharé sin duda alguna.
Ahora ya no tengo miedo de que salgas por la puerta. Sé que volverás, y que convertirás mi cama mullida pero fría y vacía, en un edén, pero solo si tú estás en ella.

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