viernes, 30 de diciembre de 2011

Te...

Me cuesta escribir lo que voy a escribir, porque me cuesta quitar esa venda que protege mi alma de vendavales e inclemencias, pero bueno, no está mal de vez en cuando demostrar que las personas que parecen fuertes y sólidas, no es que no lo sean, pero cuentan con una fragilidad del todo inesperada.

Siento miedo, mucho miedo de dejarme llevar, de caer a ese abismo con el que sueñas repetitivamente y tu cuerpo se acerca a un final incierto, hasta que te despiertas. Pero esto no es un sueño. Aquí no hay segundas dimensiones.
Esa venda a veces es casi trasparente, pero ejerce un poder de protección del que sólo te das cuenta si careces de ella. No puedo, de verdad que no puedo. Si la quito siento como que mi corazón se desangra, suerte que estás tú para envolverlo con tus manos suaves, ofreciendo cobijo.

Me da miedo pensar que no soy yo sola, que tengo miles de rivales dispuestas a aprovechar momentos de debilidad, pero ya no pienso así. Me doy cuenta de que a veces la simple simplicidad no tiene afín, y que simplemente con intentar hacer feliz a alguien no hay rival que pueda destituirte. Pero eso lo pienso ahora, antes no era así. Ha sido gracias al sufrimiento gratuíto por lo que me he dado cuenta de esta existencia finita en la que hay que aprovechar los momentos de alegría, por encima de los de tristeza.
Somos hijos de Adán, sufrientes elementos que ya per se de esta existencia mezquina deben conseguir ser felices.

Lo siento, no puedo decir otra cosa. Siento no haber aprovechado tus sonrisas cómplices, ni tus ojos llenos de caríño, ni esas caricias que me estremecen, y haberme quedado anclada en el quizás y en el probablemente.
Prometo quererte como nadie te ha querido nunca, y hacerte feliz, es mi único objetivo, y disfrutar con ello mientras envuelves con tus manos mi frágil corazón hastiado de miedos, mientras envejecemos juntos en una confortable ventura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario