miércoles, 14 de diciembre de 2011


Hace frío.

Me siento a contemplar el horizonte en un banco helado, duro, congelado.
Miro la lejanía y solo veo eso, lejanía.
Suaves copos caen sobre mí como suaves besos de Era. Levanto la vista y veo como deslizan su estructura única por el cielo, cayendo al compás de una hermosa canción, quizás sea de Chopin, y poco a poco se van enfrentando a su triste desenlace, cuando toman contacto con un cuerpo más cálido que ellos, y se van derritiendo lentamente dejando un pequeño remanso de agua.
Esos copos refrescan mi cara, hacen que me dé cuenta de mi realidad. No sé ya qué agua empaña mi rostro, si el de los frescos copos o el de mis lágrimas.

Lloro, llorar no es malo.
Toco la fría piedra con mis manos heladas por el frío y noto una mínima llaga que hiere mi cuerpo, y me doy cuenta de mi debilidad.

Sigo mirando la lejanía y sólo veo eso, lejanía, pero poco a poco un sentimiento cálido me invade, y me llena de abrigo. Recuerdo esas sábanas empapadas de amor, y el confortable abrazo de un amor sin fronteras. Esa calidez, esa sensación de protección, ese cariño.

Ya recuerdo por qué estoy aquí. Necesito salir al frío para darme cuenta de que lo que vivo no es un sueño, aunque a veces lo confunda.

Mientras entro de nuevo en el hogar me regañas diciéndome que no debería haber salido, pero sí, necesitaba salir y comprobar que mi felicidad es real.

Solamente puedo darte un beso, no puedo reprimirlo más. Mis labios cuarteados por el frío y helados notan la carnosidad y calidez de los tuyos.
Ahora ya sé que esto es real, y quiero vivirlo contigo.

Quiero notar la calidez día a día y hacerte feliz, solamente hacerte feliz bajo esas sábanas empapadas de amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario