lunes, 17 de octubre de 2011

El riesgo te pone los pelos de punta. Consigue que tu lado más primitivo salga a la luz, que no tengas energías suficientes para gritar toda la adrenalina que recorre tus venas...

He cometido miles de locuras a lo largo de mi vida. De algunas me arrepiento... y de otras... no.
Es posible que la primera idea que pasa por tu mente cuando piensas algo sea la más arriesgada, y seguro que a medida que lo piensas y meditas cambias de opinión. En este caso he dado pie a la locura y debo decir que no me arrepiento.
Fue un día en el que decidí hacer algo y aunque pensandolo decía que qué estaba haciendo simplemente lo hice.
No me lamento por ello, no. Volvería a hacerlo muchas veces más. Simplemente disfruto el momento y me dejo llevar por el carpe diem, ya que quien en esta vida no arriesga no gana. Aún así, sigo dando vueltas en este laberinto sin aparente final pensando si al llegar al fondo de esta cuestión me encontraré un tesoro o un abismo incierto.

Prefiero no pensarlo. Quiero vivir arriesgando. Quiero volver a cometer muchas más locuras porque a pesar de ser lo que son, locuras, te dejan un sabor fresco que perdura.
Hoy me queda aún eso, y aunque no tengo ganas de gritar, sigue recorriendome el cuerpo esa adrenalina que me acompañará hasta mi siguiente desafío.

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