jueves, 5 de mayo de 2011

Felicidad Inacabada


Se escucha el trote de caballo.
El criado hace la presentación del nuevo visitante ya esperado, el conde de Villalobos.
Se abren las puertas de la hacienda, mientras el carruaje entra con el repiqueteo de la herradura en la piedra. Felipe, el conde, asoma tímidamente la cabeza por la ventanita. Su mirada divaga entre los pensamientos y las imágenes. Las cuadras, las casas de los criados...todo eso le pertenecerá algún día.
De repente su curiosidad se ve turbada por una mirada curiosa. Una ventana enrejada la esconde, la separa del mundo malévolo y dañino, envolviéndola un halo protector . Es ella. Es la mujer con la que pasará el resto de su vida. No conoce ni siquiera su rostro, pero una sensación de complicidad se adueña de él. Una sonrisa se dibuja en su cara.
Mientras pasan por su cabeza mil pensamientos, el carruaje se detiene. El criado le ayuda a bajarse, el señor le recibe en la puerta.
Un fuerte abrazo.
Yo no lo llamaría cariño, más bien negocio.
Le recibe con la palabra "yerno".


Unos meses antes los respectivos padres acordaron el matrimonio. El padre de ella, un rico comerciante, ofreció una buena dote por Elisa. Elisa Ulloa. Ella pasaría a formar parte del árbol genealógico de una rama de hidalgos, lo que aportaría honor a su familia. Todo estaba acordado.

Ahora Felipe cruzaba el recibidor frío y desconocido hacia la sala donde se encontraría con aquel momento que llevaba imaginando durante días. De repente la vio. Ella le mira tímidamente, evitando el contacto con sus ojos. Se dan un cobarde beso en la mejilla. No sabe por qué, pero se siente incómodo, forzado.
Ya había estado enamorado. Aquel amor idílico de verano con una prima suya le había marcado de por vida. Su padre no le dejó pretenderla. Según él, no le convenía al condado. Su deseo de fugarse todavía le erizaba el vello, pero era consciente de que si así lo hiciera su amor no tendría futuro, se le pondrían mil trabas a su felicidad.

Ella evitaba mirarle. Le aguardaba insegura. En unos días la desposaría. Pero no sería lo mismo. Aquella sensación irrefrenable de gritar al mundo que estaba enamorado no le hacía nublar su vista y aturdir su raciocinio. En ese momento ella sonrió infantilmente, y él creyó intuir que aunque no fuera el arrojo y pasión que sintió en aquel tiempo de estío, podría compartir su vida con aquella chica tímida, Elisa Ulloa, condesa de Villalobos.


Ya han pasado unos años. Su sueño se desvela en una noche intranquila. Rememora con ternura aquellos momentos. Elisa murió al dar a luz a su segundo hijo.
Se asoma a la ventana y mira la calle tranquila, paciente. Se para a pensar, y recuerda aquella tarde cuando unos ojos le observaron desde esa misma ventana. Vuelve a la cama, y entra en un profundo sueño.

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